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Las aplicaciones móviles de las entidades bancarias han pasado en unos pocos años de ser un "nice to have" a un "must have" y convertirse en el eje central del servicio que ofrecen a sus usuarios.

A pesar de que la tecnología avanza a pasos agigantados, muchas empresas aún dependen de sistemas antiguos para gestionar partes sensibles de sus operaciones.

No es extraño que salte la noticia en prensa o en algún noticiario que tal o cual empresa es condenada a pagar una multa millonaria por incumplimiento de algún artículo del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD).

Crear aplicaciones móviles accesibles es, en primer lugar, una cuestión moral y ética, pero también estratégica. Garantizar que cualquier usuario independientemente de sus capacidades, edad, condición física, visión, oído, etc., puede usar una app, es una manera de maximizar nuestros potenciales clientes y conseguir que nuestra aplicación llegue al máximo número de usuarios posible.

El concepto de Smart Workplace (entorno laboral inteligente) ya no solo es reconocido como una simple tendencia empresarial, pues ha penetrado en el sector público hasta el punto de transformar la forma en que las instituciones gubernamentales operan y ofrecen servicios a los ciudadanos.

Vivimos sin personalidad propia, arrastrados por lo que otros deciden que debemos desear. No elegimos, simplemente seguimos el camino que nos trazan, sin cuestionarlo.